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Literatura para despertar conciencias

Literatura para despertar conciencias
Sapos y Princesas
Sapos y Princesas
Fecha de actualización: 30.12.23

Julia San Miguel Martos, licenciada en Filología Hispánica, correctora de textos y autora de obras destinadas al público infantil y juvenil, nos explica aquí qué fue lo que la empujó a escribir Trece velas en la recámara. Esta novela, cuya historia salta los límites de la ficción para acercar al lector a la terrible realidad de la guerra, empuja a la reflexión y anima a pensar en los efectos de la violencia en las personas de carne y hueso. Todo un ejemplo de literatura para despertar conciencias. 

Echando la vista atrás

De pequeña, cuando mi madre se enfadaba con nosotros por alguna travesura, mi abuela siempre saltaba con aquello de: “¡Hijos criados, duelos doblados!”. Con el tiempo, ya siendo adolescentes, no dejaba de decirnos, de repetirnos, que no tuviéramos hijos porque nos provocarían mucho dolor. Yo entonces miraba a mi abuela como si no la conociera, sin entender cómo aquella mujer, que nos adoraba y adoraba a sus hijas, por las que se había desvivido en tiempos de guerra, por las que dejó su pueblo natal y a su familia y a las que acompañó a la ciudad, intercambiando su felicidad por un bienestar ansiado para ellas, podía llegar a recomendar, ya en su vejez, que no tuviéramos descendencia, que ni se nos ocurriera.

¿Por qué decía aquella barbaridad? No lo entendí hasta que fui madre. Me sentí entonces la mujer más feliz del mundo, dedicada en cuerpo y alma a criar y a educar a mis hijos. Fui la mujer más feliz, pero también en mí comenzó a aflorar el miedo. Y con el miedo, además, el remordimiento. Nadie te prepara para esos dos fantasmas que ya no te sueltan. El miedo ante todo lo que pueda ocurrirles a tus niños, y a no poder estar cerca de ellos en todo momento para protegerlos. Ese que nos hace verlos tan vulnerables y por el que no podemos perdonarnos.

Las consecuencias de mantener a los niños en una burbuja

De ahí, la sobreprotección. Por ejemplo, ofreciéndoles un móvil desde muy pequeños para tenerlos localizados y que nos localicen en todo momento. Es tal nuestro terror que no llegamos a ser conscientes, también, de que con ello les estamos ofreciendo una caja de Pandora con sorpresas que no nos gustaría que descubrieran a su temprana edad. Ese miedo que nos empuja a ofrecerles cuentos edulcorados que les aburren y, lo que es peor, que no los preparan para un mundo (el real) que, por miedo, queremos ocultarles.

Lo lamentable de nuestro titánico esfuerzo por envolverlos en una burbuja es que siempre hay un resquicio por donde pueden mirar al exterior. Y si no lo hay, lo buscarán. Y al hacerlo, se asombrarán, no entenderán y quedarán embaucados ante lo que descubran, porque lo que perciben fuera les estaba prohibido. Y eso es lo que más atrae la curiosidad. La de un niño y de un adulto, no nos engañemos. En ese mundo fantástico que les habíamos vetado, la violencia (en todos sus aspectos: físicos, morales, sexuales) es la llama que atrae y deshilacha el tan endeble tejido con el que hemos intentado en lo posible resguardar la inocencia de nuestros hijos.

Literatura para despertar conciencias Julia San Miguel Martos
Julia San Miguel Martos, con su novela ‘Trece velas en la recámara’

Literatura para despertar conciencias

Aun así, cuando se nos ha ido de las manos, seguimos ofreciéndoles una realidad almibarada: si hay guerras, están muy lejos; en ellas no hay víctimas, solo fuegos de artificio que se ven en blanco y negro en las pantallas de la televisión; si hay actos violentos, se quedan en los cómics, con un superhéroe que siempre conseguirá deshacerse de los malos. Si es en las películas, aparecerán personajes maniqueos, sin grises que ayuden a la reflexión. O se es malo o se es bueno. Pero lo malo siempre se queda en la ficción. Y eso es lo que presenta la novela Trece velas en la recámara y lo que se quiere evitar con su lectura.

En ella, unos niños de casi 13 años ansían siempre la victoria mediante unos videojuegos de acción, con balas de fogueo, en un escenario de cartón piedra que nunca se traspasa. Y cuando se intenta, el juego se convierte en una pesadilla. Exactamente, lo que ocurre en la vida real, y de ahí nuestro remordimiento: nada es falso por mucho que nos empeñemos en ocultárselo a nuestros hijos. Porque detrás de cualquier pantalla, detrás de miles de historias en papel, hay una heroicidad mal entendida en la que se premia la violencia. Cada vez más palpable, cada vez más cerca de nosotros.

Por más miedo que tengamos, no nos podemos permitir el lujo de ser condescendientes. Si nuestro remordimiento es que mentimos, debemos ser valientes para ofrecer a nuestros hijos la alternativa de ver la realidad en toda su crudeza para que ellos mismos sean los que consigan tejer un mundo mejor. Les debemos, y nos debemos, educarles con sinceridad.

Julia San Miguel Martos
Filóloga, correctora y escritora


Trece velas en la recámara

Literatura para despertar conciencias: Trece velas en la recámaraAutora: Julia San Miguel Martos
Edad: +13
Editorial: Malas Artes

“La fotografía de un niño vestido de militar con un arma en la mano, bajo la leyenda ‘No está sucediendo aquí, pero está sucediendo ahora’, publicada por Amnistía Internacional, fue el detonante que me empujó a escribir esta historia”, explica su autora. Julia San Miguel Martos es filóloga y ha compaginado su trabajo de corrección en numerosas editoriales con la escritura. En este libro, plantea un juego en el que la frontera entre la ficción y la realidad se borra, y acerca a sus personajes y al lector a la terrible pesadilla que es la guerra.

Hay muchos videojuegos que transportan a los jugadores adolescentes a escenarios bélicos, pero una cosa es lo que se experimenta ante una pantalla y otra, lo que se vive en el mundo real. En esta historia, un anuncio promete justo eso: mostrar a los jugadores lo que siente un soldado de verdad en el frente de batalla. Y Mike decide que es la mejor manera de celebrar su cumpleaños con sus amigos. Cuando llega el día, pasan por una intensa experiencia. Aunque todo era un juego. O eso parecía.

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