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Qué no debemos hacer cuando nuestro hijo tiene una rabieta

El diccionario define la palabra rabieta como “impaciencia, enfado o enojo grande, especialmente cuando se toma por leve motivo y dura poco”. Las rabietas son típicas de un niño de entre uno y tres años aproximadamente, que se frustra fácilmente y que aún no sabe expresarse con propiedad. Detrás de la rabieta típica que aquí nos ocupa, damos por hecho que no hay un motivo grave, en cuyo caso el llanto del niño requeriría una atención inmediata y diferente a la que aquí se explica.

Al final de su primer año de vida, el niño que ha recibido las atenciones adecuadas en su hogar, es el centro de atención y sabe que sus padres se desviven por atender sus necesidades y deseos. El niño no siempre va a aceptar de buen grado que le hagan esperar, le pongan límites, o que le lleven la contraria. Es por ello que tienen lugar las primeras rabietas.

Lo que ‘no’ debemos hacer ante una rabieta

Imaginemos, por ejemplo, que Pablo, un niño de 18 meses, ve unas galletas en la cocina y emocionado intenta alcanzarlas para comerlas. Al verlo la madre o el padre le dice que no es hora de comer galletas, las guarda y el niño se enfada y se pone a llorar desconsolado. ¿Qué no hacer una vez que empezó la rabieta?

1. Ignorar la rabieta

Ignorarla significaría mostrarle indiferencia al niño cuando está pasando un mal rato. Los padres deben dejar ver al niño que es consciente de su enfado, y puede intentar calmarlo por las buenas o distraerlo con algo. Pero en el caso de que el niño se enfade aún más, es mejor no insistir en tranquilizarlo.

2. Ceder ante la rabieta

Cuando el adulto le da la galleta al hijo para que deje de llorar, esta experiencia demuestra al niño que el adulto no resiste verlo llorar y que llorando la puede hacer cambiar de opinión. En cambio, cuando se mantiene firme y no cede, el niño saca unas conclusiones muy diferentes: que tiene que hacer caso a mamá, y que llorando no se consigue nada.

3. Estresarnos

Para cualquier padre o  madre son estresantes las primeras rabietas de su hijo porque desde que este nació, ella interpreta su llanto como un grito de auxilio al que debe responder con urgencia. Sin embargo, conforme pasan los primeros meses, el llanto del hijo a veces refleja sencillamente impaciencia o enfado, en cuyo caso, no tiene tanta importancia. Los padres deben ver la rabieta como una oportunidad de sentar ante el hijo un precedente muy importante de respeto y obediencia.

4. Enfadarnos

Los padres no tienen motivo para enfadarse. Debe ser comprensiva y entender que es el niño quien se ha enfadado con ella.

5. Intentar hacer que el niño se calle por las malas

Si los padres no lograron calmar al niño por las buenas, la agresión física o verbal solo sirve para poner de manifiesto su impotencia y para empeorar las cosas. Es relevante entender que el niño puede llorar siempre que él quiera y que se calma más pronto cuando el adulto permanece tranquilo y le permite llorar. A veces es mejor no decir ni hacer nada.

6. Insistir en quedarse al lado del niño

Es mejor alejarse un poco del niño y darle su espacio parar que se tranquilice. Si estos episodios son frecuentes, es buena idea asignar al niño un lugar seguro de la casa donde el niño pueda retirarse a llorar hasta que se calme.

7. Razonar con el niño

En otra ocasión, cuando el niño esté tranquilo y receptivo, se le puede explicar que hay otras maneras de demostrar a mamá que no está de acuerdo con ella en algo, y se le puede enseñar técnicas para manejar su frustración o su enfado. Pero en el momento del sofocón, el niño no va a escuchar.

8. Exigir al niño que se disculpe cuando termina de llorar

Una vez que el niño se calma es mejor no volver a hablar de lo sucedido para evitar que se vuelva a llorar. Además, así se le quita importancia a la rabieta.

Suponiendo que ha seguido nuestros consejos y que el niño de nuestro ejemplo ya se ha calmado, es momento de preguntarnos: ¿realmente tenía importancia que Pablo se comiera una galleta? Otro adulto en la misma situación tal vez lo habría animado a que disfrutara su galleta.

En realidad este tipo de dilema se presenta con muchas cosas de las que se dice a un hijo a lo largo del día. En la medida de lo posible, se debe evitar poner demasiadas reglas y limitar en exceso la libertad de movimiento de los niños, siempre que no estén haciendo nada malo o peligroso. Así se pueden evitar rabietas innecesarias aprendiendo a escoger bien las palabras.

En cualquier caso, y cuando la rabieta es inevitable, lo importante es responder con calma, actuar con firmeza, y tratar de no “echar leña al fuego” para que se pase pronto. Cuando se responde de esta manera a las primeras rabietas, estos episodios serán cada vez más espaciados y leves. Ello es muestra de que el adulto se ha ganado el respeto de su pequeño, y de que el niño se ha acostumbrado a obedecerlo y a autocontrolarse cuando está frustrado.

En cambio, cuando el adulto se siente impotente o frustrado ante una rabieta, lo único que consigue es “echar leña al fuego” y permitir dramas que no sirven de nada. Por su parte, el niño que a los tres años no aprendió a obedecer a sus padres y a controlar sus enfados, a medida que vaya creciendo, va a ofrecer más resistencia a hacerlo. Conforme los niños crecen, el llanto de la rabieta va a tomar la forma de palabras feas, gestos, discusiones, voces, y en el peor de los casos de agresión física.

A cualquier edad un enfado de vez en cuando es normal y sano, pero incluso los niños pequeños pueden aprender a manejarlos. Las rabietas no deberían ser parte de la vida cotidiana de ningún niño mayor de tres años y si lo son, ¡es recomendable que los padres pidan ayuda cuanto antes para poder manejarlas!

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