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Cambiar de colegio a una víctima de bullying: ¿es una decisión adecuada para los niños?

Lejos de ir atenuándose con el paso del tiempo, el acoso escolar continúa más presente que nunca en nuestras aulas. Según la Fundación ANAR, entre los estudiantes que sufren estas situaciones, nada menos que 9 de cada 10 terminan desarrollando problemas psicológicos como ansiedad, depresión y miedo permanente. Además, un 13 % de ellos son finalmente trasladados a otros centros educativos con el objetivo de alejarlos de sus agresores. Pero, ¿es conveniente cambiar de colegio a una víctima de bullying o supone, por el contrario, una decisión equivocada?

Qué tienen en común todas las situaciones de acoso escolar

Antes de dar respuesta a la incógnita planteada, es importante saber qué características comparten tales escenarios. En concreto, son cuatro los rasgos que coexisten dentro de estas perjudiciales conductas:

1. Se basan en el maltrato entre semejantes

El maltrato entre alumnos puede adquirir diferentes formas. Por un lado, se da en el plano físico, por ejemplo, a través de golpes o del deterioro de pertenencias. También se producen agresiones verbales, tanto directas mediante el insulto o el menosprecio como indirectas, entre las que destacan acciones como la creación de motes o la difusión de rumores.

Muchos objetivos se ven, además, excluidos de los juegos del resto, de celebraciones u otras iniciativas dentro o fuera del entorno lectivo. Por último, encontramos una modalidad cada vez más frecuente representada por el ciberbullying, especialmente peligrosa y dañina por la posibilidad de ser ejercida a todas horas y desde cualquier lugar.

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Exclusión, una forma de bullying muy frecuente | Fuente: Canva

2. Se repiten a lo largo del tiempo

No existen investigaciones que establezcan un periodo mínimo de reiteración para que los sucesos puedan ser calificados, fuera de toda duda, como acoso escolar. Pero, lamentablemente, cuando un niño o una niña sufre este tipo de acciones, lleva meses o incluso años haciéndolo.

3. Su finalidad es causar daño a otros

A diferencia de una broma inocua, detrás de estos actos existe una intención manifiesta de provocar daño a otra persona. Algo que, de hecho, suelen conseguir, hasta el extremo de motivar en ocasiones trágicos desenlaces para las víctimas.

4. Se aprovechan de los más indefensos

El desequilibro de poder es otra de las características comunes. Los atacantes siempre son más fuertes, ya sea por su propia condición individual o por contar con el apoyo de más menores. Por eso es especialmente importante no combatirlos con las mismas armas, sino defenderse de una manera firme pero no violenta.

Cómo puede detectarse su existencia

Los cálculos de la Fundación ANAR, encargada oficialmente de gestionar las denuncias de acoso escolar, indican que una tercera parte de las víctimas no cuenta nada a sus familias. Los que sí lo hacen suelen tardar entre 13 y 15 meses en pedir ayuda, periodo tras el que el sufrimiento acumulado puede llegar a tener consecuencias fatales.

Por eso mismo, resulta imprescindible que los padres y las madres sepamos detectar las principales señales de alarma que podrían indicar la existencia de problemas de esta índole. Ante cualquiera de ellas no deberíamos dudar en ponernos en contacto con el tutor, los responsables del centro escolar o nuestra AMPA de referencia. Entre las que se dan con más frecuencia, se incluyen:

  • Los signos de agresión física.
  • La tristeza recurrente.
  • Las excusas, como fingir una enfermedad, para evitar ir a clase.
  • Las caídas en el rendimiento académico.
Idoneidad de cambiar de colegio a una víctima de bullying
No es recomendable cambiar de colegio a una víctima de bullying | Fuente: Canva

¿Debemos cambiar de colegio a nuestro hijo si es víctima de bullying?

Cuando las sospechas iniciales se confirman, la principal pregunta que se plantea es si se debe cambiar de colegio a una víctima de bullying o no. La respuesta es que, por lo general, se desaconseja dar tal paso. No en vano, el afectado no es el origen del problema. Por tanto, se trata de una decisión que solo ha de tomarse como último recurso, es decir, cuando la institución educativa en cuestión no sea capaz de tomar decisiones válidas para frenar la situación.

Lo normal, en cambio, es que exista un protocolo de actuación ante estos casos. En primera instancia, lo más frecuente es buscar la complicidad de los progenitores del causante para que, con su ayuda, se arrepienta y desista inmediatamente de proseguir con tales conductas. No obstante, a veces no resulta tan sencillo encontrar dicho apoyo familiar. Cuando así ocurra y la actitud del agresor se mantenga, debería plantearse una expulsión definitiva con el objetivo de salvaguardar la integridad del resto de los compañeros.

Dicho lo anterior, si nuestros hijos o hijas sufren acoso escolar y no recibimos el suficiente amparo por parte de los diversos actores mencionados, no debemos dudar en acudir a las autoridades. Algo aplicable a hechos que sean constitutivos de delito por su gravedad, bien afecten de forma directa a un menor o bien este sea testigo de los mismos. Podemos hacerlo a través del teléfono establecido por el Ministerio de Educación (900 018 018) o del chat gestionado por la Fundación ANAR. Ambos servicios son gratuitos, anónimos y confidenciales y se encuentran disponibles las 24 horas de cualquier día del año.

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