En Barbie, una muñeca que vive en ‘Barbieland’ es expulsada al mundo real por no ser lo suficientemente perfecta. Esta es la premisa del filme de Greta Gerwig, que ya se ha convertido en un auténtico fenómeno, entrando en el ranking de las 100 películas más taquilleras de la historia.
Igualdad, independencia y empatía
Las claves de su éxito residen en su pintoresca estética y escenografía (todo al rosa) y, por supuesto, en su enfoque constructivo, que invita a realizar un arduo ejercicio de empatía. En la sociedad de Barbie, ellas son independientes, responsables de sus propias decisiones y pilares fundamentales dentro de la organización de su comunidad. Los Ken son individuos que, simplemente, forman parte de ella, pero no tienen ningún poder de determinación. Una paradoja que, entre música y trajes bonitos, no es más que una crítica a la sociedad actual, la del mundo real. Por, supuesto, con sus excepciones.
Sin desvelar muchos más detalles, la película pone en valor la importancia de romper con los estereotipos establecidos, buscando un punto de encuentro para que hombres y mujeres se conviertan en los mejores compañeros y cooperantes, rompiendo, eso sí, con los clichés románticos. Las Barbies no necesariamente tienen que casarse con un Ken, pues son lo suficientemente libres como para decidir cuáles son sus proyectos de vida.
Por último, hace un análisis juicioso sobre los cánones e ideales de belleza, culpables de la presión social que, continuamente, actúa sobre las mujeres (en todos los mundos posibles). Algo que, por si cabía alguna duda, se termina de entender con el magistral discurso del personaje de Gloria (interpretado por America Ferrera), que pone un grito en el cielo:
