Marta tiene 9 años y debe pincharse cada cierto tiempo una especie de bolígrafo con un líquido que muchos de sus compañeros aseguran que huele a cerámica. Se llama insulina, le han dicho sus padres y el médico, y es necesaria para que pueda vivir como el resto de niños de su edad, de forma sana y activa. Aunque nos referimos a un caso concreto, podría tratarse de la historia de los más de 15.000 menores de 19 años con diabetes de tipo 1 que, según los últimos datos facilitados por Statista, existen en nuestro país. Sin embargo, otra variante de la afección, denominada de tipo 2 y casi exclusiva de los adultos hasta no hace mucho, ha comenzado a extenderse entre la población infantil. Pese a la preocupante situación, puede prevenirse, a diferencia de la anterior, llevando a cabo hábitos de vida saludables.
Qué es la diabetes de tipo 1 y cómo se trata
Volviendo a la modalidad de tipo 1, de carácter autoinmune y causada por la destrucción de las células que producen insulina en el páncreas, conlleva la necesidad de que el paciente se administre dicha sustancia mediante una bomba o inyecciones. Si bien no existe un proceso sintomático común en todos los individuos, la Federación Española de Diabetes destaca diversas señales que suelen aparecer con bastante rapidez y es difícil que pasen desapercibidas, sobre todo en el caso de los niños:
- Necesidad frecuente de orinar.
- Náuseas o vómitos.
- Sensación de hambre extrema.
- Pérdida de peso.
- Visión borrosa.
- Infección por hongos.
- Sed excesiva.
- Cansancio, debilidad o fatiga.
Una vez detectada la diabetes de tipo 1, los niños han de recibir una formación sobre la enfermedad y poner en práctica diversas rutinas de salud como el seguimiento de una dieta adecuada y la práctica regular de actividad física. Además, como señalábamos antes, deberán administrarse la insulina a través de inyecciones o de bombas que la introducen de manera automática.