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Síndrome del emperador, ¿en qué consiste, qué lo provoca y cómo puede prevenirse?

En las últimas décadas, todos hemos sido testigos de cómo han aumentado los casos de conductas infantiles desafiantes y violentas. Aunque generalmente suelen limitarse a actos puntuales, en ocasiones llegan a convertirse en la tónica dominante de la existencia cotidiana. Llegados a ese punto, resulta bastante más complicado acabar con el síndrome del emperador, por lo que adquiere especial importancia comenzar a educar desde las primeras etapas. Pero, ¿qué puede llevar a un niño a protagonizar y normalizar tales comportamientos? Y, quizá lo más importante, ¿cómo podemos los padres anticiparnos a dicho escenario y prevenirlo?

Qué causas lo originan

Es difícil achacar las mencionadas actitudes a la existencia de un único motivo concreto. De hecho, los expertos barajan diversos condicionantes capaces de impulsar esta hostilidad hacia el núcleo familiar. Una de las presumibles causas podría residir en el factor genético, que determinaría las diferentes personalidades de los individuos, algunas de ellas más propensas al conflicto y menos susceptibles a sentimientos como la empatía o la solidaridad. No obstante, las investigaciones en este sentido no han alcanzado, hasta el momento, conclusiones sólidas que relacionen inequívocamente ambos aspectos.

En opinión de Javier Urra, primer Defensor del Menor en España, las causas de la tiranía residen en una sociedad permisiva que educa a los niños en sus derechos, pero no en sus deberes. Esa deriva basada en no poner límites y dejar hacer dificulta su correcta maduración, en muchas ocasiones por la ausencia de una serie de valores básicos que deberían aplicarse en la crianza.

Cuáles son los tipos más comunes de este desorden

El psicólogo clínico, hoy en día al frente del centro de salud mental infanto-juvenil RECURRA-GINSO, distingue entre tres clases de menores con el síndrome del emperador. Una subdivisión con la que es posible entender mejor el origen del desorden y que, a su vez, puede ser muy útil para ayudarnos a prevenirlo.

1. Hedonistas-nihilistas

La categoría más amplia en número, que se caracteriza por las posturas de egoísmo extremo. En gran parte de los casos, lo componen adolescentes que ni estudian ni trabajan y conciben el domicilio familiar como un hotel. Entienden que la obligación de los padres es alimentarles, lavarles la ropa, subvencionar todas sus necesidades y dejarles hacer lo que deseen. Es más, cuando no se atienden sus demandas, llegan a producirse altercados que en ocasiones derivan en alguna clase de agresión.

2. Patológicos

Entre los escenarios patológicos se incluyen supuestos más delicados. Los más comunes suelen corresponderse con una relación paternofilial problemática o con la adicción a las drogas, que frecuentemente desencadena robos en casa para sufragar el coste de su dependencia.

3. Violentos por aprendizaje

Al igual que en el caso anterior, los menores encuadrados dentro de este perfil han desarrollado el desorden por culpa de sucesos traumáticos. Han interiorizado la violencia porque la han presenciado desde pequeños en su familia o incluso por haberla sufrido en sus propias carnes. Cuando llegan a la adolescencia, esas mismas conductas representan su única herramienta para imponer su voluntad, tal y como han aprendido a lo largo de los años.

Causas del síndrome del emperador
Las experiencias violentas pueden desencadenar el síndrome del emperador | Fuente: Canva

Señales de alerta, ¿cuándo he de sospechar de la existencia del síndrome del emperador en mi hijo?

La falta de estudios concluyentes sobre el síndrome del emperador puede deberse, al menos en parte, al secretismo con el que muchos padres afrontan el problema. Algunos, de hecho, terminan solicitando la ayuda de los especialistas cuando el día a día en el hogar ya se ha convertido en un auténtico infierno. Para revertir dicha tendencia, es necesario otorgar la relevancia que merecen a algunas señales de alerta que podrían estar anticipando un futuro preocupante. Durante etapas tempranas, las principales suelen ser:

  • Las reacciones emocionales bruscas, como las pataletas, las rabietas o los actos destructivos con el entorno.
  • La incapacidad de ponerse en la situación de los demás.
  • El egoísmo llevado hasta los extremos.
  • La carencia de arrepentimiento y la falta de voluntad por mejorar.
  • Los desafíos a los adultos y otros menores.
  • Las agresiones verbales o físicas.

Si no se ponen límites, esas conductas inadecuadas durante la niñez pueden radicalizarse con el paso a la adolescencia. A estas alturas, los comportamientos más indicativos de la alteración son los insultos, la desobediencia, los desprecios, las mentiras, las amenazas, la violencia física y la destrucción de objetos y mobiliario.

Cómo debemos actuar los padres para evitar estos comportamientos

La amplia variedad de circunstancias que pueden llevar a un menor a tener el síndrome del emperador impide formular un método genérico con el que prevenir eficazmente cada caso. Dicho esto, estaremos sembrando una semilla de una infancia y una adolescencia saludables si normalizamos patrones de crianza que fomenten las conductas positivas. Una prevención que debe abordarse lo antes posible, pues su efectividad irá disminuyendo con el transcurso de los años.

1. Poner normas

En primer lugar, debemos establecer normas claras. Tanto cuando estén en casa como fuera de ella, los niños tendrán que cumplir una serie de reglas que previamente les habremos explicado hasta que las comprendan.

2. Seguir pautas conjuntas

El criterio de los adultos de la familia debe ser uniforme, pues de lo contrario se generará confusión en los menores o intentarán aprovecharse del referente más benévolo con sus intereses.

3. Reforzar la comunicación con los niños

A lo largo de toda la crianza conviene potenciar la comunicación con nuestros hijos. Sean cuales sean las circunstancias, han de sentir confianza para contarnos cualquier cosa, algo más sencillo si les ofrecemos nuestro apoyo incondicional en todo momento.

4. Actuar con firmeza

La anterior recomendación no quiere decir que los actos inapropiados deban dejarse pasar sin consecuencias. Es más, cuando los niños se comporten mal, es bueno que detecten una respuesta firme que disuada sus intenciones de persistir. Debido a los efectos negativos de los castigos, lo aconsejable es restringir privilegios importantes para ellos.

5. Mostrarles nuestro afecto

Por otro lado, es beneficioso exteriorizar continuas muestras de cariño, tanto cuando lo merezcan por sus actos como cuando se equivoquen. No se trata de colmarles de afecto sin sentido, sino de adoptar posturas conciliadoras y dialogantes que eviten que nos vean como un enemigo.

Prevención del síndrome del emperador
No mostrar nuestro afecto a los niños es contraproducente | Fuente: Canva

6. Apoyarnos en las rutinas

Diseñar unas rutinas claras y asegurarnos de que nuestros hijos las siguen es positivo para que se acostumbren a dar prioridad a sus obligaciones. Así se irán acostumbrando, desde sus primeros años de vida, a cumplir con sus tareas antes de disponer del tiempo a su antojo.

7. Conservar siempre la serenidad

Incluso en los momentos más caóticos, debemos evitar a toda costa las subidas de tono y los enfrentamientos bruscos. Eso sería contraproducente de cara a prevenir un posible caso de síndrome del emperador. Por el contrario, resulta conveniente conservar la calma, transmitir con nitidez lo que se hecho mal y establecer las pautas correctivas oportunas.

8. No perder la paciencia

Ser constantes es, como en tantos ámbitos de la paternidad, la última pieza que hace que todo termine funcionando. Por muy abrumados que nos sintamos ante ciertos escenarios, la crianza es una carrera de fondo en la que debemos depositar toda nuestra paciencia.

La importancia de la prevención a nivel social

Según Javier Urra, este grave problema suele aflorar entre los 12 y los 18 años. Dos tercios de quienes la protagonizan son varones y, principalmente, dirigen su ira hacia su madre. Además de ser incapaces de comprender a la otra parte, suelen tener una escasa capacidad de introspección y de autodominio, lo que lleva a arrebatos explosivos cada vez más habituales.

Un clima poco saludable que puede derivar en amenazas, insultos o agresiones físicas y, como consecuencia, en disputas legales que terminen por arruinar el bienestar familiar. “Otros hechos asociados — explica— son las fugas del domicilio, el absentismo escolar y las conductas cercanas al conflicto social”. En el resto de los supuestos, plantea la posibilidad de que se produzca un contacto con las drogas, último ingrediente capaz de acentuar las reacciones violentas.

Hay que tener en cuenta, como nos recuerda, que las funciones parentales clásicamente definidas se han diluido. Algo positivo si se comparten obligaciones y pautas educativas, pero pernicioso cuando se cae en el abandono y no se asumen las responsabilidades correspondientes. Además de las medidas individuales descritas, lo ideal es educar a nuestros jóvenes desde la primera infancia para la vida en sociedad.

Para ello es necesario, tal y como describe Urra, formarlos en la empatía, motivarlos y transmitirles cuáles son sus derechos y deberes. También resalta la importancia de instaurar un modelo de ética que priorice el razonamiento, la capacidad crítica y la responsabilidad de asumir los efectos que la conducta propia tendrá para los demás. A nivel emocional, es recomendable entrenar a los niños en maneras de combatir la frustración, de controlar los impulsos y de relacionarse respetuosamente con los demás.

Una propuesta que nos abre los ojos de la dimensión social de la crianza, que no ha de reducirse a las acciones de un niño con su núcleo más próximo. Dentro de tal enfoque, Urra implica a actores como los medios de comunicación. Sobre todo a la televisión, donde considera “incuestionable que el exceso de actos violentos, muchas veces sexuales, difuminan la gravedad de los hechos”.

Pero también nos insta a los propios ciudadanos a impulsar que la escuela integre y dedique más tiempo a los menores con situaciones más complicadas. Anima a romper con el círculo vicioso basado en apartarlos aún más del resto, echándoles “de clase al pasillo, del pasillo al patio y del patio a la calle”. Entre todos, concluye, podemos ayudar a las familias a que impere la coherencia y se erradique la violencia.

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