ConsejosPsicología y salud mental

El lado oscuro de la maternidad, la verdad que nadie te cuenta

Nuestra experiencia nos dice que una mujer comienza a ser madre cuando coge a su bebé por primera vez en brazos y no cuando ve las dos rayas que marcan el positivo en el test de embarazo. A partir de ahí comienza toda una aventura que, seamos sinceros, no tiene por qué ser positiva ni agradable, y esa es la verdad sobre ser madre. Pero eso no lo lees en ningún sitio, nadie te lo avisa.

Vas a hacerte el primer análisis y la enfermera te dice al salir «Disfruta del embarazo». Tú te vas tan contenta pensando «Oh, sí, claro que lo haré», pero cuando te encuentras abrazada a la taza del váter vomitando, con fuertes dolores de cabeza, cambios de ánimo bruscos, insomnio, ardor, estreñimiento, dolor de pechos, fuertes mareos y todo te da asco, no piensas en lo bonito que está por venir. Realmente te sientes enferma y mal, muy mal. La pregunta es ¿con quién lo compartes?

Las mujeres que ya han tenido hijos te dirán que no pasa nada, que pasa, eso en el mejor de los casos, porque sentirás que todo el mundo lleva un mejor embarazo y creerás que eres un bicho raro incomprendido.  A veces te tocará oír que eres una floja o una exagerada. Lo más grave es que las peores críticas vendrán realizadas de mujeres. Mujeres atacando a mujeres. Una especie de lucha por ver quién es la más sufridora.

Comienzan 40 semanas en las que la evolución humana te irá preparando para ser madre. Es decir, te irás volviendo un ser cada vez más sensible a los actos de amor, pero también a las preocupaciones del mundo y al cuidado de tu retoño. Querrás hacerlo lo mejor posible para que el bebé no sufra, para que se críe en libertad y feliz, pero poco a poco te irás dando cuenta de que eso no depende exclusivamente de ti, por lo que empezará otro proceso paralelo de frustración y culpabilidad.

Madre con su bebé

El embarazo es un proceso fisiológico y mental muy solitario. Los cambios corporales son visibles y evidentes, pero los silenciosos e incontrolables cambios hormonales pueden resultar verdaderamente tediosos y agotadores. Es algo que te domina y no puedes poner mucho de tu parte para que pase pronto. Tu cuerpo se ha convertido en una increíble y potentísima máquina que da todo de sí para crear una o varias vidas. Se dice pronto, pero si te paras a pensarlo, siempre tiene un punto de irrealidad importante debido a su magnitud. Te preguntarás «¿de verdad esto está pasando dentro de mí?». Como ves, el reto psicológico al que una se enfrenta no es nada desdeñable. Es mágico y duro a partes iguales.

Leído así puede parecer que todas las mujeres llevan un mal embarazo. Y afortunadamente no es así. Este artículo no versa sobre el magnánimo proceso de gestar, sino de lo que viene detrás.

Clases de preparación al parto

Cuando vas a las clases de preparación al parto, ahora llamadas clases de maternidad, lo que más se echa en falta es que la matrona se detenga en lo que viene después de parir. Si lo piensas, no tiene mucho sentido acudir de 28-30 semanas a estos encuentros y que te expliquen los cambios físicos que vas a experimentar, cuando estás de 7 meses y tienes una buena barriguita, porque ya has pasado un buen trecho del embarazo. Hacen unas breves reseñas acerca de los distintos tipos de respiración que existen y cómo harás cuando vayas a entrar en paritorio que, tampoco tienen demasiada utilidad, pues aún queda la recta final y seguro que se te va a olvidar, no solo por el tiempo pasado, sino porque cuando una vez estás metida en la vorágine del parto, tendrás en exclusiva una matrona para ti que te acompañará en el proceso. Te irá guiando paso por paso y ello hará que puedas dar a luz de manera natural si todo va bien.

Sentirás que todo el mundo lleva un mejor embarazo y creerás que eres un bicho raro incomprendido.

Lo que verdaderamente se echa de menos en esas clases son temas prácticos que todas las mamás primerizas van a sufrir: cómo se cambia un pañal, cómo se baña al bebé, qué voy a hacer cuando llego a casa. También el abordaje del cambio que sufrirás en tu mismidad y en la relación con tu pareja. Pero no que se limiten a contar que es un cambio importante, sino que expliquen exactamente qué es lo que te vas a encontrar. El impacto se torna tan bravío por el hecho de que pierdes tu independencia en menos de 24 horas. Ahora ya no vas a salir de casa cuando quieres y tampoco cogerás el bolso y ya está. No te podrás dedicar tan fácilmente a darte esos cuidados que en el día a día no apreciabas como pintarte sin prisas, ducharte, echarte una mascarilla, incluso ir al lavabo cuando te apetece. Hablar por teléfono es toda una proeza y también lo será descansar adecuadamente.

Los bebés tienen sus propios ritmos que determinados profesionales nos dicen que hay que acompasar a los de los adultos, pero eso no es lo natural. Lo natural es que haya despertares nocturnos, a veces para comer, hacer de vientre, por la caída del chupete, porque no está a gusto en la cuna y prefiere los brazos, puede tener gases, calor, y a veces nada. Cuesta hacerte a tu hijo. Es un ser al que aprendes a querer con toda tu alma a base de que pase el tiempo, pero como todo, eso requiere un periodo de ajuste que suele ser agotador. No solo por la implicación física, por no poder parar de hacer cosas, sino también porque no se puede compartir. Y aquí es, donde para mí, empieza y surge el lado oscuro de la maternidad.

Recordemos que, si el cerebro no desconecta y se repone, si sufre falta de reposo, se erosiona. Ser mamá es tener un estado de hiper alerta constante y eso supone un desgaste potente. Otro punto importante se dirige hacia el torrente hormonal que genera el cerebro, pudiendo provocar una depresión postparto. Si la depresión es un mal muy escasamente comprendido en cualquier persona, imaginaos en una madre recién estrenada. Con la mitad de energía, el doble de emociones y un cuarto de descanso, ha de hacer frente a un nuevo torbellino.

Una mamá en la sociedad actual de una ciudad es difícil que se encuentre con un grupo que la apoye y recoja. El concepto de tribu se ha perdido. Ese conjunto de personas que van todos a una, con los mismos intereses y con un ideal común. Una mamá en este siglo, en este entorno, lo que se va a encontrar es mucha soledad. No va a poder verbalizar sus ideales, preocupaciones, temores y anhelos con claridad porque seguramente sea juzgada de forma peyorativa o se infravaloren sus emociones.  El desahogo no se va a producir, por lo que todo lo acontecido anidará en la mente y en el cuerpo. Cuando se junta un grupo de mamás parece más una competición a las Olimpiadas a Súper Mamá que a la ayuda desinteresada, al relajo, al apoyo y al compartir.

Futura madre preparando la cuna

Los niños de las otras siempre hacen la noche del tirón, se comen todo, se duermen solitos en la cuna, les encanta la bañera, se entretienen de maravilla con el sonajero, te dejan limpiar la casa mientras se mecen tranquilos en su hamaquita, y tú te preguntas por qué no vales, qué estás haciendo mal. Algunas, incluso, se despojan del traje de la vergüenza y piden ayuda, pero nadie le cuenta ni sus trucos ni sus verdades. Es pura naturaleza, a los demás les sale todo rodado sin invertir nada de esfuerzo. ¿Es suerte, entonces?

Viendo a mamás hablando de sus bebés me he percatado de un eje en común: las madres toman los hitos del desarrollo como logros personales. Es decir, no se cuenta lo que no va bien o cómo te gustaría que X tema fuese, porque se vive como que estás exponiendo tu parte débil y no te gusta. Es ahí donde empieza la absurda competición. Si tu bebé toma un biberón de 120 con 3 meses y el mío con la misma edad toma 150 es porque este último es más grande, más fuerte, está creciendo mejor. Y me apunto un tanto. Si duerme la noche entera (aclaremos lo poco frecuente de este acto durante los primeros meses de vida) sin rechistar, es porque yo lo he conseguido (y muchas veces lo hacen simplemente porque son así), así que otro punto para mí. Y voy sumando tantos para mi marca de buena madre. Que, dicho sea de paso, no sirve de nada más que para fardar con el resto.

Te encontrarás, además, verbalizaciones tales como «Es un tragón, come fenomenal, se toma todo el bibi del tirón y luego vomita la mitad». Entonces no es tan buen comedor como dice, ¿verdad? Y no es que pase nada con eso. Cada niño come lo que quiere y necesita, es solo que si te crees esa afirmación a pies juntillas, lo más probable es que te sientas mal contigo misma porque a veces tienes que luchar con el bebé para que termine su toma. Así que igual te tildas de mala madre.

 

Te preguntarás «¿de verdad esto está pasando dentro de mí?». Como ves, el reto psicológico al que una se enfrenta no es nada desdeñable.

Realmente con lo que tendríamos que estar comprometidos es con la conexión emocional que existe entre madre e hijo para formar un apego seguro y dejarnos de percentiles y otras medidas que solo consiguen restringir nuestra libertad.

Te invito a que, si ves una mamá primeriza:

  • Te acerques a preguntarle qué tal está. A escucharla de verdad. No a cargarla de más consejos que la llenarán de hartazgo y la harán dudar de sí misma. Simplemente que te cuente, que comparta.
  • Déjala llorar si lo necesita, no le digas «Pero si con el bebé tan bonito que tienes…»‘ o «Mujer, no es para tanto». Permite que diga aquello que desea y después ofrécete a echarle una mano, para que se cuide y pueda ser ella. Seguro que te lo agradece.

Ser madre merece mucho la pena, no hay ningún sentimiento comparable a oler a tu hijo, tenerlo en brazos dormido y en paz, ver cómo te sonríe cuando se despierta y cómo se calma cuando llegas. Esa es la mejor recompensa a todo, estaría fenomenal poder compartirlo entre mujeres.

Si tienes a alguna mamá gestante cerca o recién estrenada, acércate a darle tu apoyo.

Jadra A. Sanz
Psicoterapeuta
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