ConsejosPsicología y salud mental

Cómo fomentar una competitividad sana en nuestros hijos

Hay niños y niñas que siempre quieren ganar y que lo llevan muy mal cuando no lo consiguen: se enfadan, mienten o tratan de hacer trampas para eludir la derrota, se frustran. Esos problemas para aceptar cualquier fracaso, ya sea jugando al fútbol en el colegio o a las cartas con sus hermanos, no son buenos para ellos ni para quienes están a su alrededor. Otra cosa muy distinta es la competitividad sana, la que estimula y mueve a la acción, la que anima a las personas a superarse. Esa es la que los padres debemos inculcar en nuestros hijos e hijas. Esperamos que estos consejos os sirvan para conseguirlo.

Competitividad constante versus competitividad sana

La competitividad constante en la infancia puede convertirse en un lastre que afecte al individuo durante toda su vida. Por otra parte, detrás de la incapacidad de saber perder está una baja tolerancia a la frustración, algo que también conviene trabajar.

Los niños aprenden de lo que ven, de los mensajes que reciben y, sobre todo, de las conductas que observan en los adultos de referencia. Por eso, conviene que las madres y los padres se cuiden de no centrar el día a día de sus hijos en los resultados, las notas o las victorias.

Competitividad sana en el juego
La competitividad sana es la que estimula y nos ayuda a aprender de los errores | Fuente: Canva

Aunque debamos transmitirles que el esfuerzo y la dedicación son la antesala del éxito, tienen que ser conscientes también de que no siempre se puede ganar o conseguir que las cosas salgan como uno quiere. Aprender a aceptar ambas situaciones y a disfrutar del proceso, del camino, es la clave de la competitividad sana, que es la que motiva y empuja a que una persona quiera conseguir buenos rendimientos confiando en su preparación y posibilidades.

Un niño que se mueve por ese impulso de ‘lucha’ psicológicamente saludable se exige mucho y busca dar lo mejor de sí mismo, y aunque disfruta mucho cuando obtiene una victoria, sabe aceptar también la derrota.

El deporte, terreno abonado para la rivalidad

Si hay un ámbito que incite a la competitividad, ese es el del deporte, particularmente las modalidades que se juegan en equipo. A pesar de que los valores que representa son tan positivos —salud, disciplina, esfuerzo, convivencia, colaboración, respeto—, tenemos muchos tristes ejemplos, tanto de adultos como de menores, de conductas muy poco edificantes.

Una opinión autorizada

En un artículo publicado en el portal de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC), Xavier Pastor, profesor de Estudios de Derecho y Ciencia Política de dicha universidad y experto en resolución de conflictos y mediación deportiva, afirma que, “mientras ponemos el énfasis en la práctica del juego, en la mejora de esta práctica, en el cómo y no tanto en el qué, el estímulo es constante, porque se busca la superación deportiva, personal, de equipo, y el crecimiento de los deportistas, del equipo y del entrenador. Este, por su parte, también va creciendo junto a sus jugadores, y esto también es muy importante transmitirlo, además de implicar a padres y madres”.

El problema surge cuando los deportistas (o los padres) se concentran solo en los desenlaces. En ese caso, “es posible que el estímulo se mantenga si son positivos. Pero cuando no se obtengan buenos resultados, aparecerán pensamientos y comportamientos negativos, que se concentran en la búsqueda de culpables”, concluye.

Una conclusión lógica

Por eso, en las competiciones, los torneos, los concursos y los juegos en equipo hay que crear un buen ambiente de partida, para que no primen las comparaciones con los demás y los resultados, sino que sepan disfrutar del proceso y que se valoren las habilidades y destrezas de cada participante.

Consejos para fomentar la competitividad sana

La competitividad sana permite a los niños y niñas aprender de los errores, perseverar y automotivarse para mejorar. Y, aunque les guste ganar, como a cualquiera, son capaces de asumir la derrota con deportividad. A continuación, os detallamos algunas recomendaciones para conseguir que sepan orientarse en esta dirección.

1. Centrarse en el proceso y en el esfuerzo

Se trata de cambiar la perspectiva y educar a nuestros hijos desde pequeños en la importancia de prepararse o formarse, no en el hecho de ganar. Dar lo mejor de nosotros y disfrutar de ello pone la atención en el proceso, no en los resultados. Porque no siempre se puede llegar a la victoria o al 10, y deben asumir esto cuanto antes.

En cambio, señalarles aquello que han hecho bien reforzará su autoestima, les ayudará a reconocer sus fallos (e incluso a reírse de ellos, que el humor siempre es un buen recurso) y a tratar de subsanarlos en próximas ocasiones, es decir, a seguir intentándolo siempre.

2. Conocer sus límites y destacar sus fortalezas

Es fundamental que contribuyamos, con nuestro apoyo, a regular las expectativas de nuestro hijo o hija en función de la situación y de sus capacidades. Para ello, conviene que nos centremos en sus fortalezas y, si siente que hay algo que no se le da muy bien, enseñarle a aprovecharlo en su favor. Para sortear las debilidades y asumir los propios límites, nada como potenciar las destrezas que toda persona tiene.

Competitividad sana: aprender a asumir la derrota
Debemos validar sus emociones y entender como lógico el ‘bajón’ de la derrota | Fuente: Canva

3. Escucha, reconoce y acompaña

Que sepamos que siempre se puede perder (o ganar) no significa que ninguna de estas situaciones nos deje indiferentes. Hablar y explicar es siempre necesario. Conversa con tu hijo o hija sobre lo que le suponen estas experiencias y reconoce las emociones que cada una le genera. Valídalas y, a continuación, ayúdale a cambiar la óptica y poner el énfasis en el disfrute o en el aprendizaje. Por ejemplo, puedes decirle algo como, “Vale, has perdido, pero ¿te lo has pasado bien? ¿Has aprendido algo? ¿Crees que esto te servirá para mejorar la próxima vez?”

4. Enseñar con el ejemplo

Nuestros hijos tienen que ver que a nosotros también nos pasa, que unas veces ganamos y otras perdemos. Nos puede salir mal algo en el trabajo, en nuestros entrenamientos deportivos o en cualquier otro ámbito de nuestra vida. Pero si ellos ven que, a pesar de que nos disgusten estas circunstancias, ponemos el énfasis en la nueva oportunidad que nos brindan los errores y en seguir adelante, intentando hacer las cosas lo mejor posible la próxima vez, seremos una buena fuente de inspiración para ellos.

5. La resiliencia, otra lección básica

En el blog de la ONG de cooperación global para el desarrollo de la infancia, edduco.org, nos hablan en un artículo del poder de la resiliencia (la capacidad de adaptación a las situaciones adversas) y hacen una reflexión muy interesante relacionada con el punto anterior: “Si les enseñamos, a través del ejemplo, a saber perder y asumirlo como una experiencia aprendida, los niños serán capaces de identificar los problemas, reprogramar sus metas, esforzarse aún más y crecer. Como somos el espejo en el que se miran, ten cuidado al reaccionar cuando pierdes o te enfrentas a una situación adversa. ¿Le echas la culpa a los demás? ¿Tiendes a estar serio o te ríes de ti mismo? ¿Te sientes amenazado o inseguro? ¿Te haces la víctima?”

6. Vigila los mensajes que les envías

Tanto cuando las cosas salen bien como cuando terminan con resultado negativo, debemos cuidar el modo en el que les felicitamos o les consolamos cuando pierden. Un “¡enhorabuena, se nota que te has esforzado mucho!” es preferible que un “¡bravo, eres el mejor!” Para el segundo caso, valdría algo como “sé que no te sientes bien, pero piensa que, aunque hayas perdido, tú sabes que has luchado y, además, has disfrutado con el juego, que es de lo que se trata”.

7. Los valores, siempre un apoyo

Si desde pequeños les mostramos la importancia de valores como el trabajo en equipo o el esfuerzo, la empatía, la solidaridad o el compañerismo, ya tendrán mucho ganado. Y, aunque vean a su alrededor malos ejemplos, también tienen otros sublimes en grandes figuras de nuestro deporte como Rafa Nadal o Pau Gasol, por poner dos de los más destacados.

Por último, solo queda recordar que los padres debemos procurar no convertir las vidas de nuestros hijos e hijas en una competición continua desde que se levantan hasta que se acuestan. Ayudarlos para que no se conviertan en esos niños que quieren ser los primeros de la fila, los primeros en la mesa, los primeros en todo. Les evitaremos mucha ansiedad y estrés innecesarios, y contribuiremos a que sean más felices. Solo por eso merece la pena.

 

 

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