ConsejosPsicología y salud mental

¿Cómo nos afecta la indiferencia y el maltrato? La respuesta está en el agua

Los seres humanos necesitamos de las caricias para desarrollarnos, fortalecer la seguridad en nosotros mismos y forjar nuestra personalidad. La ausencia de estas o, más aún, las caricias negativas, nos vuelven personas vulnerables, con baja autoestima o escasa empatía. En palabras de Eric Berne, “La caricia, ya sea física, verbal o gestual, es un reconocimiento de que estamos vivos; la indiferencia nos hace sentir que NO existimos”.

La respuesta está en el agua

En este vídeo, el Dr. Masaru Emoto extrapola con gran acierto este experimento de cultivo del arroz al mundo infantil. Como habrás visto, aparecen tres vasos que contienen arroz y agua en proporciones idénticas. Día tras día, a lo largo de todo un mes, el primer vaso recibe mensajes positivos. El segundo, negativos. Y el tercer vaso no recibe mensajes, es un vaso indiferente. Transcurrido el mes, el resultado es el siguiente. El primer vaso contiene arroz que ha fermentado y crecido. El segundo contiene arroz, pero de una tonalidad negra. Y el tercer vaso contiene arroz en mal estado, podrido. ¿Qué lección podemos extraer de ello?

El poder de las caricias

El vídeo demuestra el poder de las palabras en el agua. Extrapolado al ser humano, nos hace visualizar perfectamente cómo afecta el maltrato o la indiferencia a nuestra personalidad. ¿Qué sucede cuando ignoramos a los niños? ¿Qué ocurre cuando estos pasan desapercibidos o son tratados con indiferencia? La indiferencia produce el mayor daño en la persona, aboca al abandono, es uno de los sentimientos más desgarradores para el ser humano.

Todos necesitamos caricias, palabras agradables. En efecto, si hablamos de mantenernos y sobrevivir, las caricias son imprescindibles, tanto física como emocionalmente. Gracias a ellas, nos sentimos vivos y somos capaces de percibir el mundo que nos rodea. También contribuyen a forjar la personalidad que algún día nos caracterizará como adultos. Según la teoría del Análisis Transaccional, “del mismo modo que el hambre o la necesidad de alimento es saciada con comida, para subsanar la necesidad de estimulación es necesario e, incluso, imprescindible que la persona sea tocada y reconocida por los demás”.  A la unidad de contacto o reconocimiento la llamaremos, como Berne, «caricia». Esta se define como “cualquier acto que implique el reconocimiento de la presencia de otro». Dicho de otro modo, es cualquier estímulo social dirigido de un ser vivo a otro y que reconoce la existencia de este.

Además del experimento del cultivo de arroz, el Dr. Emoto también llevó a cabo otras investigaciones enfocadas en el efecto de las ideas, las palabras y la música sobre las moléculas de agua. Para ello, analizó muchas muestras de agua procedentes de diferentes lugares, tanto de la naturaleza como de zonas industriales. Demostró que, en función del tratamiento que recibía el agua, esta presentaba unas formaciones cristalinas más o menos bellas. Así, cuanto más cerca estaba de la naturaleza, más alegres y puros eran sus mensajes, y más bonitas sus manifestaciones. Estos trabajos, extrapolados al ser humano, nos brindan una interesante reflexión con trasfondo educativo. Si las palabras y el cuidado son importantes para el agua, ¿cómo no lo van a ser para los niños?

Efectos de la indiferencia y el maltrato verbal

¿Qué ocurre cuando los niños son tratados de forma indiferente? ¿Qué actitudes y/o conductas desarrollan cuando crecen con adultos cuyo compromiso educativo es bajo? Aquí tenemos algunas consecuencias:

  • Baja autoestima
  • Obediencia nula a normas elementales
  • Baja empatía y poca tolerancia a la frustración
  • Baja sensibilidad emocional ante las necesidades de los otros
  • Excesiva vulnerabilidad a los conflictos personales y sociales

Más aún, ¿qué actitudes y/o conductas desarrollan los niños que reciben maltrato verbal o caricias negativas? Podemos destacar las siguientes, recogidas en la guía El maltrato deja huella, elaborado por Unicef:

  • Extrema falta de confianza en sí mismo
  • Exagerada necesidad de ganar o sobresalir
  • Demandas excesivas de atención
  • Mucha agresividad o pasividad frente a otros niños
  • Conductas extremadamente adaptativas (demasiado adultas) o conductas demasiado infantiles y estereotipadas (mecerse constantemente, chuparse el dedo)

Con el paso de los años, la necesidad de contacto físico cambia y se transforma en necesidad de reconocimientos verbales (elogios, palabras positivas, asentimientos, aprobaciones…) y gestuales (sonrisas, miradas cómplices de positividad…). Si educamos desde el amor y la asertividad, todo es más fácil, tanto para los niños como para nosotros, padres y/o maestros, ya que ellos se sentirán aceptados y sabrán que se valoran sus aspectos positivos desde temprana edad.

Por Ana Roa, pedagoga y autora del libro ¡Vive la Vida!

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