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Adolescentes prematuros, un problema de nuestro tiempo

Recientes estudios de la Academia Estadounidense de Pediatría (AAP) han demostrado que, actualmente, la pubertad se puede iniciar entre 6 meses y hasta 2 años antes de lo que hasta ahora era lo habitual. Aunque los motivos no están claros, algunos expertos apuntan a teorías que van desde los altos niveles de obesidad, la inactividad o compuestos químicos en los alimentos que pueden interferir con la producción normal de hormonas. Para resolver todas nuestras dudas acerca de este fenómeno, hablamos con Eva Bach, colaboradora de Sapos y Princesas, además de pedagoga, maestra, escritora, conferenciante, formadora de formadores, orientadora, terapeuta familiar y madre de dos hijos.

Para Eva, además de las causas científicas que apuntan los expertos, existe otra hipótesis relacionada con factores emocionales familiares y sociales. “Los adolescentes tienen el don –y la ‘misión’- de señalarnos a los adultos lo que no tenemos resuelto desde el punto de vista emocional, lo que es disfuncional y no sirve para una vida mejor. Actualmente, los desórdenes emocionales familiares y sociales son tantos y tan profundos, que a menudo pienso que anticipan la adolescencia porque les urge ponernos frente a ellos y que comencemos a ponerles luz y orden”.

Consecuencias emocionales y afectivas

Algunos profesionales afirman que este adelanto de la adolescencia no debe ser motivo de preocupación para los padres, sino tan solo algo a tener en cuenta para su educación. Es decir, simplemente deben estar atentos porque habrán de adelantar las charlas con sus hijos sobre los cambios físicos y emocionales.

Sin embargo, Eva Bach no es de la misma opinión. “Si los niños pierden tiempo de su infancia se perderán experiencias imprescindibles para un desarrollo afectivo, emocional, social y sexual sano. La infancia es la edad de descubrir y estrenar la vida y de tejer una vinculación afectiva sana, sólida y nutritiva con los otros, la realidad y el mundo. Es la edad en la que la curiosidad, la experimentación, el juego, la fantasía, la imaginación, la autonomía progresiva, la escucha y el acompañamiento atento, sereno y reposado, requieren una atención prioritaria.

Perder tiempo de infancia convertirá a los niños en adolescentes prematuros que carecerán, muy probablemente, del sentimiento de seguridad, de la autoestima, la autonomía y la autorregulación necesarias para salir al mundo. Serán frágiles y vulnerables emocionalmente, desprovistos de criterio propio y fácilmente manipulables. Y esos adolescentes prematuros se convertirán a su vez en adultos aparentes, solamente. No lo serán desde el punto de vista emocional”.

Para la pedagoga, es fundamental que todas las etapas psicoevolutivas respeten sus tiempos. “No nos podemos saltar ni acelerar ninguna, ya que todas tienen su propósito, sus necesidades, sus sentimientos básicos, sus propios objetivos, impulsos y retos. El bagaje acumulado en una etapa es esencial e indispensable para pasar a la siguiente. Tenemos que darnos el tiempo necesario para descubrir, transitar y atesorar la sabiduría y las maravillas de cada edad y llevárnoslas en los bolsillos para afrontar con la preparación y las garantías necesarias la siguiente. La infancia en concreto es especialmente sagrada, por ser la primera y porque lo que en ella acontece constituye la base de cómo vamos a vincularnos afectivamente en el futuro, de cómo va a canalizarse nuestro potencial, de qué creencias y actitudes emocionales y vitales vamos a adoptar. Acortar o suprimir la infancia supone llegar desvalido y en precario a la adolescencia y por tanto también a la adultez”.

Adolescentes prematuros, un problema de nuestro tiempo

Una etapa que se alarga en el tiempo

La adolescencia comienza antes, pero, ¿también termina antes o esto significa que se alarga la rebeldía, el acné y la sensación de incomprensión? Según Eva, «la adolescencia no termina antes por el hecho de adelantarse. Estamos viendo que además de empezar antes, también se alarga en el tiempo. Tenemos adolescentes de 30 y 40 años que tienen apariencia de adultos, pero son adolescentes cristalizados. Disfrutan de una adolescencia perpetua, no asumen las responsabilidades que les corresponden como adultos. El hogar es una especie de pensión a la que acuden con mayor o menor frecuencia a comer, dormir y dejar la ropa sucia. Reciben ‘prestaciones’ por parte de los padres y muchos no aportan nada a cambio, no colaboran en las tareas domésticas y familiares».

Y es que, además de los factores externos, parte de la responsabilidad de este fenómeno la tenemos los padres. «No podemos olvidar que gran parte de lo que somos es por influencia familiar. Y donde hay una transmisión familiar y educativa adecuada y saludable, los factores perjudiciales externos pueden ser más fácilmente contrarrestados. Con esto no quiero decir que padres y educadores nos sintamos culpables; pero sí invito a tomar conciencia de qué actitudes nuestras pueden favorecer o desactivar esta situación. Sé que no es sencillo educar con factores externos en contra, pero no podemos instalarnos en la queja ni en el desánimo o la desesperanza. La clave está en sensibilizarnos y empoderarnos para hacer lo que nos corresponde y está en nuestras manos, en confiar en el poder de una dirección clara y en perseverar».

El papel de las nuevas tecnologías

Existe una contradicción entre la sobreprotección a la que sometemos a nuestros hijos y una forma de educar que ha delegado muchas responsabilidades en las pantallas de los teléfonos, televisiones o tabletas. Actualmente, los niños tienen acceso al mundo entero a través de internet, por lo que las formas de relacionarse con compañeros de su misma edad también han cambiado.

Las nuevas tecnologías influyen en este adelanto de la adolescencia, comportando, como nos explica Eva, una doble aceleración: «Por una parte, en la mayoría de videos y videojuegos todo transcurre a un ritmo mucho más rápido que en la vida real. Por otra parte, dan acceso a un mundo de información de dimensiones inabarcables, que los niños no necesitan, que además no saben filtrar y manejar, y que antes no nos llegaba. Descubren, observan y anticipan realidades y comportamientos que no se corresponden con su edad ni capacidad de comprensión. Con todo, a mi modo de ver tampoco son la causa principal de este adelanto».

Sin embargo, este adelanto biológico, no va necesariamente acompañado de más madurez; ya que se les permite vivir con los derechos pero sin las obligaciones de los adultos. «El adelanto es exclusivamente biológico. Emocionalmente siguen siendo niños. No se han dado los tiempos ni las vivencias necesarias para que pueda darse una madurez emocional equiparable; incluso se da una mayor fragilidad en muchas ocasiones. En realidad, no son ni siquiera preadolescentes. Estamos hablando de niños y niñas con cuerpos y actitudes adolescentes, que aparentan ser mayores y juegan a ser mayores sin serlo. Es muy triste y las consecuencias pueden ser graves».

Influencia de las nuevas tecnologías

Hipersexualización de la infancia

Como en muchos aspectos de nuestra sociedad, son las niñas las más vulnerables y perjudicadas por este fenómeno, ya que, como nos explica Eva Bach, «al ser solamente biológico, este adelanto se pone de manifiesto primordialmente en la apariencia física. Esto ha comportado lo que personalmente considero más preocupante y peligroso: la hipersexualización y erotización de la infancia, que afecta mucho más a las niñas puesto que las exigencias en cuanto a los cánones de belleza y la preocupación por la imagen siguen recayendo preferentemente sobre las mujeres. Hay una gran proliferación de productos de maquillaje, ropa y calzado sexy, kits de belleza, fiestas de cumpleaños con sesiones de estética, etc., destinadas a niñas. En algunos países se organizan incluso concursos de belleza infantiles. Con los niños no se da un fenómeno equiparable».

Todos estos factores, además, acarrean consecuencias en la autoestima de una sociedad ya demasiado dominada por la imagen y la apariencia. «Hay otras consecuencias perjudiciales sobreañadidas. De entrada, y puesto que sus peores consecuencias recaen de momento en las niñas, está comportando la reproducción de ‘viejos’ roles y estereotipos sexistas, que mantienen y refuerzan la desigualdad entre sexos. Conlleva también el culto a la imagen y la esclavitud del cuerpo, con los consiguientes complejos, trastornos alimentarios e incluso depresiones que pueden derivarse de ello. Y por supuesto, la merma de la autoestima que comporta ser valorada principalmente por el físico y que se desconsideren otras cualidades indispensables para un sentido de la propia identidad y un autoconcepto positivos. Pensar que eres lo que no eres y actuar como si fueras lo que no eres puede suponer, además, una gran fragilidad afectiva y desajustes emocionales diversos, al enfrentarse a situaciones para las que no tienen la edad ni la madurez necesarias».

Pero, ¿qué podemos hacer como padres para acompañarles en esta etapa de la mejor manera posible y frenar este fenómeno? Eva Bach nos da una serie de claves a tener en cuenta para conseguirlo:

  • Reflexionar y hablar con nuestros hijos sobre ello. Hablemos con nuestros hijos antes de que lo haga la industria de la belleza.
  • Marcarles unos límites en cuanto a lo que corresponde y lo que no a cada edad, lo que es conveniente y lo que no, lo que les hace bien y lo que no, lo que vamos a permitir y lo que no.
  • Enseñarles que hay otras formas de belleza mucho más importantes que la física, y que la verdadera belleza no es una cualidad de las personas o las cosas sino una forma de mirarlas y de mirar la vida y el mundo.
  • Recuperar y transmitir valores esenciales para una vida plena, desdibujados en nuestra sociedad de consumo: lo bello que es ser y sentir, la belleza y el placer de lo sencillo, lo pequeño y lo inmaterial, que las cosas más importantes de la vida no se compran ni se venden, la necesidad y los beneficios de la calma, el dar tiempo al tiempo y tiempo a la vida, el hábito de mirar hacia el interior de uno mismo y atender el alma para estar mejor preparados para salir al mundo y al encuentro con los otros.
  • Ser nosotros mismos un buen referente, para poder contagiarles estos valores y actitudes vitales sanas. No podremos transmitirles los valores adecuados si nosotros estamos más preocupados por el tener que por el ser, si somos “adictos” al consumo, si estamos obsesionados por la imagen, si juzgamos y criticamos a las personas por su apariencia, si queremos realizarnos, obtener reconocimiento o mitigar carencias emocionales nuestras a través de nuestros hijos.
  • Salvaguardar la intimidad y la libertad de nuestros hijos. Debemos llevar mucho cuidado con cuestiones que afectan a su dignidad y autoestima, para las que no tienen libertad y capacidad de decisión aún, y que pueden dañar su dignidad y amor propio en el presente o en el futuro. En la mayoría de los casos, cuando una niña o una preadolescente viste ropa sexy y adopta poses y actitudes sensuales que no se corresponden con su edad, cuenta con el consentimiento de sus padres, e incluso es inducida o instigada por ellos. Conviene preguntarse qué hay detrás, qué anhelos personales frustrados o pendientes les estamos transfiriendo a nuestras hijas, qué miedos y emociones nuestras no resueltas estamos proyectando en ellas, qué les estamos transmitiendo que no deberíamos transmitirles o qué debemos superar o solucionar nosotros.
  • Nutrir su autoestima de una forma sana. Centrándonos en lo que tiene que ver con el ser, el sentir, el hacer, el compartir, en sus valores y cualidades como persona, en lugar de en la imagen, los logros o las posesiones materiales.

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