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Silvia Álava: «Los padres castigan, pero esto realmente no funciona»

Silvia Álava Sordo, autora del libro Queremos hijos felices. Lo que nunca nos enseñaron (de 0 a 6 años). En el libro, se recogen en orden cronológico las situaciones a las que se enfrentan los padres hasta los seis años. Además, hace hincapié en educar en valores tan importantes como la humildad, el compromiso, la gratitud, la honestidad o el esfuerzo. A continuación os dejamos el capítulo 28 relativo al castigo, seleccionado especialmente por la autora para nuestros lectores.

El castigo ¿funciona?

El castigo no es un recurso imprescindible en la educación infantil. De hecho, la psicología nos ha demostrado que el castigo es efectivo en pocos casos. El objetivo de la educación es consolidar las conductas positivas en los niños y suprimir las conductas negativas, y eso se consigue mucho mejor mediante el refuerzo y la extinción. Ya hemos hablado del refuerzo a lo largo del libro. No obstante, recordaremos que consideramos refuerzo a cualquier consecuencia positiva que sigue a la conducta del niño, y que el mayor refuerzo para ellos es la atención de sus padres.

  • Se trata de aprender a reforzarles cuando estén realizando las conductas que queremos instaurar, es decir, estar con ellos, hacerles caso, prestarles atención, estimular y premiar al niño mientras se porta bien.
  • Y dejar de prestarles atención cuando están ejecutando las conductas disruptivas que queremos que desaparezcan. Esto es lo que se llama extinción.

Pero en la vida cotidiana esto no siempre ocurre así, y en muchos casos los niños obtienen más atención cuando se están portando mal, dado que sus padres se paran a regañarles y a castigarles, que cuando lo hacen correctamente, puesto que, como mucho, se les dice: «Muy bien, hijo».

El castigo es efectivo en pocos casos, y para que lo sea, tiene que situarse lo más cercano posible al hecho en cuestión, y por un periodo de tiempo corto; es lo que se llama acción «contingente» a la conducta que quisiéramos castigar. Por ejemplo, de nada sirve castigar a un niño a no ver la televisión el fin de semana si se ha peleado con su hermano el jueves.

Esto es así, porque cuando llegue el momento de la aplicación del castigo, primero, no se acordará del motivo y, segundo, perderemos la posibilidad de premiar las conductas apropiadas en ese intervalo del jueves al sábado. Muchos padres abusan del castigo, confundiendo castigo con buena educación y con ello consiguen que la situación empeore cada vez más.

Dentro de los errores más comunes

  • Castigar al niño por periodos largos de tiempo; de ese modo, el niño sentirá que no le damos la oportunidad de portarse bien, y como ya está castigado, ¡para qué esforzarse en el comportamiento correcto!
  • Castigarle con todo lo que le gusta, sin televisión, sin tabletas, sin ordenador, sin salir al parque; de esta forma, cuando se porte bien, ¿con qué lo reforzaremos?
  • Acumular el castigo durante varios días. Cada día hay que darle la opción de conseguir el objetivo, y animarlo a que lo haga.
  • Castigos desproporcionados.

Entonces, ¿no castigamos?

Lo mejor es que desaparezca el concepto «castigo», ya que los niños lo viven como algo impuesto desde fuera, que saben que en ocasiones es negociable, y que implica una cierta atención y enfado de los padres. Los niños aprenden qué es lo que hay que hacer para que sus padres les presten atención; así, aunque sea mediante un castigo, saben que se les van a hacer caso.

A partir de ahora desaparece el concepto castigo. Cambiaremos la terminología. Las cosas hay que ganárselas, y ver la televisión, o jugar un rato con la tableta, el ordenador o la videoconsola habrá que ganárselo con el comportamiento correcto. Sería bueno sentarnos con el niño y explicárselo siguiendo estas pautas: «A partir de hoy en casa no va a haber castigos. Si no que tú tendrás que ganarte poder jugar «x» minutos con el ordenador o la tableta, ver la televisión y eso se gana haciendo los deberes al llegar del colegio y sin protestar, obedeciendo a la primera».

El niño tiene que tener muy claro qué es lo que se espera de él, definiendo sus tareas de la forma más explícita posible, y las normas y los límites que tenemos establecidos.

De tal manera que cuando el niño incumpla su parte del acuerdo, en lugar de «Te castigo sin ordenador», se le dirá «Hoy no te has ganado jugar con el ordenador».

Así, el niño verá que él tiene en su mano la posibilidad de ganar las cosas, que todo depende de él y de sus comportamientos. En la consulta vemos muchos niños que «están castigados a todo» y esto les ha hecho perder toda la motivación para portarse bien, por lo que incluso la situación familiar es todavía más tensa que antes del castigo. Hay muchos padres a los que sus hijos les consiguen desesperar de tal modo que agotan su paciencia y terminan dando un cachete.

Bajo ningún concepto es lícito pegar o dar un cachete a un niño, de esta forma no solo le haremos daño físico, sino que, además, le mostraremos que hemos perdido el control de la situación y que él ha logrado desesperarnos; es importante que los niños vean que en todo momento es el adulto quien mantiene el control, nunca ellos. Además, no olvidemos que, como ya hemos dicho, la principal fuente de aprendizaje de un niño es el modelado, es decir, los niños copian lo que ven en sus figuras de referencia, que principalmente son los padres.

Si queremos que desaparezcan lacras sociales como la violencia, y no únicamente de género, enseñemos a nuestros hijos que el castigo físico no es una opción bajo ningún concepto. En la edad infantil e incluso durante la adolescencia, los padres son la principal fuente de seguridad de los niños, y los castigos físicos harán que dejen de ser fuente de referencia positiva.

Gritar al niño, un error muy común

Si uno de los objetivos de la educación es instaurar hábitos como el diálogo y no queremos que los niños griten, no pueden ser los adultos los primeros que lo hagan, ya hemos señalado que los niños copian lo que hacen sus padres.

Además, cuando les gritamos y les regañamos, si el niño estaba intentando llamar la atención del adulto, lo consigue, dado que lo que ellos viven es «aunque me estés gritando me estás haciendo caso»; por ello, en esos momentos, es mejor mostrarse firmes y sin alteraciones. Hay que razonar con los niños, y mucho, pero no en las situaciones de tensión, sino cuando estén calmados.

Cuando un niño se está comportando mal y está efectuando una llamada de atención, debemos utilizar la extinción. Podemos decirle: «Así no te voy a hacer caso», y el adulto dejará de prestarle atención. En esas situaciones, cualquier intento de diálogo o de razonamiento con él es completamente inútil, no nos va a servir, y lo más probable es que entremos en una espiral en la que el conflicto incrementa cada vez más su intensidad y la situación se termina escapando de las manos.

Sin embargo, a lo que siempre son sensibles es al lenguaje no verbal, que tan olvidado queda en esos momentos:

  • No hace falta hablar y mucho menos gritar.
  • Basta que miremos al niño con seguridad y firmeza y que vea que con esa actitud no va a conseguir nada.
  • Pero tiene que verlo, no escucharlo.

Los niños deben aprender que su conducta tiene unas consecuencias, y tenemos que advertirles de cuáles son. Como ya hemos explicado, suele ser más útil explicarles que las cosas se las tienen que ganar, y que si gritan, no van a ver la televisión porque no se lo han ganado.

No es que «yo te castigo sin tele», sino que «tú no te ganas ver la televisión hoy, porque has gritado». Hay que definir las consecuencias de cada acto y los niños deben aprender que cuando empiecen a portarse bien de nuevo, recuperarán ese privilegio. Cuando les castigamos «a todo», entonces se desmotivan, porque pierden el aliciente, y lo más probable es que se digan: «Si ya estoy castigado “a todo”, ¿para qué me voy a portar bien?».

Cuando los castigos son muy prolongados, son difíciles de cumplir y muchas veces «se levantan», se dejan sin efecto por no poder llevarlos a cabo, con lo que el adulto pierde la autoridad sobre el niño. Es mejor ser más concreto con la consecuencia, y que esta sea inmediata. No podemos amenazar con nada que no vayamos a cumplir, porque de esta forma el adulto pierde toda su credibilidad. ¿Cómo se aplica la extinción? La extinción es una herramienta que podemos utilizar en todas las edades. Lo que variará en función de la edad del niño es su duración.

Con los niños muy pequeños (hasta dos-tres años), basta con decirles «Así no estoy contigo», y en el momento en que dejen de llorar, los padres ya pueden hacerles caso otra vez. Según van creciendo, se irá aumentando el tiempo que estaremos «extinguiendo» su conducta (sin hacerles caso).

Por ejemplo, para un niño de cinco años, si le decimos que por gritar, llorar, montar una pataleta, va a estar 5 minutos sin que le hagamos caso, esto será suficiente para que el pequeño se dé cuenta de que así no consigue atención. Además, 5 minutos se recuperan fácilmente, lo que nos permite seguir con las actividades que teníamos pensadas para ese día.

Según van creciendo, el «tiempo fuera» (en el que no estamos con el niño), puede aumentar. Se puede utilizar como fórmula un minuto por cada año de edad del niño; por ejemplo, si el niño tiene seis años, seis minutos, y así sucesivamente.

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