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Salud Infantil

El micromundo interior: ese maravilloso ecosistema que debemos cuidar para que nos proteja

dieta rica en probióticos
Un estilo de vida saludable y una dieta equilibrada favorecen nuestra microbiota
Sapos y Princesas
Sapos y Princesas
Fecha de actualización: 20.06.22

Cuando somos pequeños, ¿solo tenemos bacterias patógenas? Ante esta pregunta, lo primero que debemos admitir es que el sistema inmunitario infantil está revolucionado. Los niños están expuestos continuamente a antígenos y reaccionan contra ellos. Pero, aparte de nuestro sistema inmunitario, ¿nos defiende algo más? Vamos a hacer un repaso de ese micromundo que albergamos en nuestro interior y que puede convertirse en nuestro gran aliado si lo cuidamos bien: la microbiota intestinal y la que se desarrolla en otros órganos de nuestro cuerpo, que cumplen una importantísima misión.

Todo empieza con el nacimiento

El ser humano comienza a ser colonizado por bacterias beneficiosas en el canal del parto, si es el caso de un parto natural. Este es uno de los primeros contactos que tiene el nuevo individuo con microorganismos, para conformar un profundo sistema de defensa que lo protegerá a lo largo de su vida. Si resumimos la esencia de este complejo sistema, encontramos sus células inmunitarias y un micromundo que se conoce hoy día como microbiota corporal. Esta última va modificándose a medida que el bebé crece y se desarrolla hasta la etapa adulta.

Otro de los primeros contactos con células ‘singulares’ se produce en el tan apreciado y valorado contacto piel con piel, cuyos beneficios, tanto para el bebé como para la madre, están ya más que probados. En este camino, si se ha podido optar por la lactancia materna, se contribuye a la formación del sistema inmunitario del recién nacido al protegerlo de manera activa y pasiva.

Hoy sabemos que no encontramos estabilidad en la microbiota de un niño pequeño porque tanto su ‘equipo de microorganismos’ —virus, bacterias, etc.— como su propio sistema inmunitario van madurando a lo largo de su desarrollo.

El ejercicio físico en contacto con la naturaleza
El ejercicio físico y el contacto con la naturaleza, muy positivos | Fuente: Canva

Dime qué comes y te diré qué microbiota tienes

Ahora bien, entonces, ¿de qué depende?, ¿qué factores intervienen en esta maduración? De entre una larga lista, uno de los principales resulta el estilo de vida. Admitimos que el sedentarismo no es comportamiento saludable, menos aún si va acompañado de una mala alimentación. “Dime qué comes y te diré qué microbiota tienes” es una de las expresiones más repetidas entre los profesionales que proponen modelos de vida saludables que incluyen una alimentación equilibrada.

No menos importante resulta nuestra relación con los animales. Nuestro contacto físico, las caricias, condicionan el intercambio de ciertos ‘bichitos’ microscópicos que pueden resultar beneficiosos, entre otras cosas, para la colonización de los microorganismos.

Del mismo modo, el sistema inmunológico está condicionado por factores ambientales: no es lo mismo crecer en el campo que en la ciudad. Siguiendo con este baile de refranes, vamos a ampliarlo diciendo “dime qué comes y te diré dónde vives y con qué seres te relacionas”. De este juego de palabras se deduce que tus bacterias dependen, en gran parte, de factores como el contacto físico con otros seres vivos o el lugar donde vivas.

Los lactobacilus: el ejército que lucha de nuestro lado

Mantener un estilo de vida saludable nos ayuda a conseguir una homeostasis, esto es, un equilibrio de todo nuestro organismo. Este es uno de los secretos para tener una microbiota equilibrada. Para ello, necesitamos todo un equipo de soldaditos, llamados lactobacilus, que nos defienden frente a patógenos oportunistas. Estos lactobacilus forman parte de un grupo de bacterias que colonizan nuestro cuerpo.

Nuestra piel tiene su propia microbiota, así como nuestra boca, pulmones, intestino y otros órganos. Si nos centramos en este último, tenemos que decir que alberga la microbiota intestinal, que muchos han estudiado ya. Está formada por diferentes tipos de bacterias, virus y parásitos que se comunican entre sí y que trabajan en equipo. Este conjunto de microorganismos se comunica directamente con nuestras células en sus respectivos aparatos y sistemas para mantener una situación de equilibrio, tanto en ellas mismas como con las células o tejidos que las rodean.

Estos ‘bichitos buenos’ no solo son capaces de defendernos, sino también de sintetizar vitaminas, aportar energía a nuestras células y ayudarnos a hacer la digestión de los alimentos que ingerimos. Además, regulan nuestras deposiciones, entre otras muchas funciones. De esto se deduce que es esencial tenerla en una situación de equilibrio, científicamente conocida como situación de eubiosis.

Algunos de los síntomas que anuncian una perturbación

¿Qué ocurre si nuestra microbiota intestinal pierde esa ‘armonía’? Aparecen una serie de síntomas que tendemos a normalizar. Sirven de ejemplo algunas señales que nos manda nuestro cuerpo, como la excesiva producción de gases, las alteraciones en los ciclos de las deposiciones (un día diarrea y al otro estreñimiento), las digestiones pesadas, la aparición de infecciones de repetición o no lograr identificar si nos sienta bien un alimento porque depende del día.

Todo esto podría estar relacionado con la pérdida del equilibrio de esos grupos funcionales que forman nuestro maravilloso equipo de microorganismos superhéroes, lo que en el ámbito científico se conoce como microbiota disbiótica.

Cuando ocurre esto, suelen desaparecer las especies bacterianas beneficiosas y emergen otras que no lo son tanto. En este proceso, se inicia un cambio en nuestro órgano encargado de la digestión de los alimentos y se producen sustancias nada interesantes para mantener una homeostasis intestinal. Así, disminuye la producción de metabolitos, como ácidos grasos de cadena corta, extremadamente importantes para rebajar la inflamación, y carecemos de un aporte de energía extra para nuestras propias células de la pared intestinal. Esta es la génesis de los síntomas citados con anterioridad.

En pocas palabras, si tenemos una microbiota disbiótica, es decir, desequilibrada, perderemos la tranquilidad en el medio intestinal e incluso nuestra homeostasis orgánica. No obstante, conocer el origen del problema puede ayudarnos a recuperarla y sanar. ¿Cómo hacerlo? Consultar a un profesional sanitario siempre es la mejor opción para mantener un estilo de vida saludable, dado que te ayudará a reponer todo ese ecosistema y volver así a una normalidad sin síntomas.

María Navalmoral Arenas
Licenciada en Biología Sanitaria
Responsable Nacional de Formación de Instituto de Microecología
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