Internet es la gran red de redes y, además, es infinita: se puede ir a cualquier sitio, ser cualquier persona y encontrar cualquier cosa. Y ahí aparecen nuestros niños, buscando, investigando y accediendo a todo tipo de información, incluida la pornografía.
Y pongo el énfasis en la palabra niños, porque los datos nos hablan de que los primeros accesos a internet se hacen antes de los diez años en la mayoría de las casas de nuestro país. Esta situación que puede ser maravillosa por el amplio abanico de posibilidades que les ofrece, también conlleva un riesgo: el acceso a las páginas de contenido sexual para adultos.
El acceso a estas páginas implica que la información llega a los niños de forma indiscriminada, aportándoles visiones de la sexualidad que no se corresponden con el sentido de relaciones interpersonales equilibradas y satisfactorias en las que el amor, la ternura y la comunicación son fundamentales para el desarrollo adecuado del individuo, y en las que no se fomentan actitudes positivas de respeto y responsabilidad.
Pero es que, además, los niños no están preparados para integrar estas imágenes que han sido publicadas con el objetivo de llegar a un público mayor de edad.
Por eso, y por encima de todo, nuestros hijos tienen derecho a la protección respecto a los contenidos que puedan suponer daños en su correcto desarrollo y que no sean apropiados para su grado de madurez emocional y cognitivo. Y ese es uno de nuestros papeles como padres: protegerlos.
De todos modos, es importante no dejarse llevar por nuestros propios miedos como padres y ponerse en marcha para evitar situaciones incómodas y comprometidas.