Cada vez resulta más evidente la importancia de la creatividad en todos los aspectos y dimensiones de nuestra existencia. Se trata de una competencia descrita de manera escueta por la RAE como la “facultad de crear”, una acción que a su vez define como “producir algo nuevo o crearlo de la nada”. Otra de las acepciones que otorga al término es la de “capacidad de creación”, elemento este último que, bajo su criterio, se corresponde con toda “obra relevante artística, literaria, arquitectónica, musical o científica”.
Si queremos entender mejor el significado del concepto, es necesario recurrir al trabajo de académicos como Plucker, Beghetto y Dow, para quienes equivale a “la interacción entre la aptitud, el proceso y el entorno en los que un individuo o un grupo generan un producto perceptible que es tanto novedoso como útil en un contexto social definido”. En tal sentido, lo verdaderamente revelador no se limita a las aptitudes en sí, sino que abarca ámbitos como el proceso durante el que se ponen en práctica y las variables que las ralentizan o incentivan.
En la sociedad de hoy en día, los avances tecnológicos nos ayudan a valorar en su justa medida la importancia de la creatividad. Y es que, por mucha sofisticación que alcance una inteligencia artificial, la intervención de un cerebro humano continúa marcando las diferencias. Pero, ¿hasta qué punto es determinante esta habilidad en la vida de una persona y cómo podemos fomentarla desde etapas tempranas?
