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Los casos de obesidad infantil siguen aumentando en España, ¿cuáles son las causas y cómo podemos frenar esta tendencia?

Las graves consecuencias en las que puede derivar la obesidad infantil convierten este problema de salud en uno de los más preocupantes para la sociedad. Su relación con el aumento del riesgo de desarrollar diversas enfermedades crónicas en la vida adulta es un hecho probado que nos ayuda a comprender el verdadero alcance de la amenaza.

Sin embargo, se trata de un fenómeno cada vez más extendido en España, y para detectarlo y combatirlo, son imprescindibles los análisis clínicos, un conjunto de pruebas médicas a partir de las que es posible establecer un tratamiento apropiado.

Un problema que no para de crecer en nuestro país

Pero veamos lo que dicen las estadísticas más recientes. Según el último informe de la quinta ronda de la Iniciativa Europea de Vigilancia de la Obesidad Infantil (COSI, por sus siglas en inglés), que abarca el periodo de 2018 a 2020, el 29 % de los escolares de la región europea de la OMS con edades comprendidas entre los 7 y los 9 años tiene sobrepeso u obesidad. Además, son los mediterráneos los países con las prevalencias más altas y, en concreto, la de España es de 38,4 % en niños y 39,3 % en niñas. Nos ayuda a establecer una comparación saber que en Dinamarca o la República Checa la incidencia es la mitad. Por otra parte, aunque en la mayoría de los casos el exceso de peso es más frecuente en niños que en niñas, en nuestro país la cifra es ligeramente superior en estas últimas.

El citado informe COSI está auspiciado por la Oficina Regional de la OMS para Europa, y en el estudio participaron 33 países y casi 411.000 escolares. Para España, esta ronda incluye los datos del Estudio ALADINO 2019, del que hablaremos más adelante aquí.

Una tendencia que urge revertir

Así pues, hoy en día nos encontramos entre los países con más casos de obesidad infantil en toda Europa. Y la tendencia va en aumento. Para revertirla, es fundamental velar por el bienestar de nuestros hijos e hijas inculcándoles hábitos saludables que dificulten la irrupción de este grave problema.

También es necesario ayudar, como veremos, a los padres con menos recursos, de manera que se puedan garantizar unas condiciones favorables para los intereses de sus hijos. Porque lo cierto es que todos estos niños y niñas están expuestos, en mayor medida que el resto, a futuras dolencias como las cardíacas, la diabetes o el cáncer en la edad adulta.

Por qué cada vez hay más niños afectados

El origen de este incremento de casos tiene mucho que ver con hábitos dietéticos poco deseables que ha ido incorporando buena parte de la población infantil. En esta publicación, un equipo de expertos de la Facultad de Farmacia de la Universidad Complutense de Madrid añade otras causas, como la falta de actividad física, el tiempo de sueño, la exposición a las pantallas y el entorno familiar.

1. Mala alimentación

En las últimas décadas, afirman los autores, los cambios en los hábitos alimentarios y en los estilos de vida activa han demostrado estar asociados a un aumento de la obesidad infantil. Los resultados del último estudio ALADINO 2019 reflejan un preocupante 2,1 % de niños y niñas que realizan un desayuno completo y saludable, compuesto al menos por un lácteo, un cereal y una fruta.

Por otro lado, esta encuesta, publicada por el Ministerio de Consumo, concluye que, a diario, solo el 37,1 % de los escolares toma fruta fresca y un escaso 13,4 % come verduras. Teniendo en cuenta la recomendación de incluir en la dieta cinco porciones de estos alimentos al día, las cifras indican que se trata de un aspecto de la nutrición en el que debemos mejorar, y mucho.

Entre los menores con obesidad entrevistados, el escenario es todavía más inquietante. Solo el 61,3 % tomaban más de cuatro veces a la semana fruta fresca y el 39,9 % verduras frescas, frente al 69,5 % y el 46,5 %, respectivamente, de los alumnos con peso normal. Por si fuera poco, algunos artículos poco saludables como las galletas, los pasteles o los productos de bollería los toman uno de cada cuatro estudiantes más de cuatro veces a la semana.

2. Carencia de ejercicio físico

Para los investigadores de la UCM, la disminución de la actividad física y una superior tendencia hacia los comportamientos sedentarios son otros dos factores decisivos que influyen en la propagación de este serio problema entre las nuevas generaciones. En torno a un menor de cada cuatro consultados reconoce no realizar ejercicio habitualmente, una proporción que va subiendo con el paso de los años.

Actividad física contra la obesidad infantil
La actividad física frecuente previene la obesidad infantil | Fuente: Canva

3. Exceso de exposición a las pantallas

En el estudio ALADINO 2019 se observa, por otra parte, que el 26,3 % de los escolares se encuentra expuesto a las pantallas, de lunes a viernes, dos horas o más al día, porcentaje que asciende al 75,4 % los fines de semana. Además, un 21,6 % dispone de televisión o DVD en su habitación y un 9,9 % de consola, tendencia que se incrementa en el caso de quienes padecen obesidad infantil.

4. Malos hábitos del sueño

Lo mismo ocurre con estos niños en lo que se refiere a los hábitos del sueño. Tanto los días laborables como los sábados y los domingos, destinan menos horas a dormir que el resto de los alumnos entrevistados.

5. Entorno familiar

Otro de los aspectos que destacan los expertos de la UCM es el entorno familiar. Concretamente, el paralelismo entre el sobrepeso y la obesidad infantil con el nivel socioeconómico de un hogar. Entre los progenitores con menos ingresos y menos preparación académica, la proporción de afectados por este problema sube, por lo que sigue dándose una correlación que ya ha sido avalada por estudios anteriores.

La importancia de los análisis clínicos para detectar la obesidad infantil

Los análisis clínicos son un procedimiento indispensable en la investigación, la prevención, el diagnóstico y el tratamiento de este preocupante fenómeno. Así lo afirman los especialistas del Centro Europeo de Másteres y Postgrados, que recomiendan la realización de este conjunto de pruebas una vez al año como mínimo. Entre ellas, se incluyen las siguientes:

1. Medición del Índice de Masa Corporal

El IMC es una medida de la relación entre el peso y la estatura del niño que se debe revisar anualmente para determinar los riesgos generales para la salud y los tratamientos apropiados. Cuando se sitúa en 30 o más, se considera que existe obesidad.

2. Análisis de sangre

Los análisis de sangre pueden ayudar a detectar anomalías, como niveles elevados de colesterol, triglicéridos y glucosa en sangre, que pueden estar relacionadas con la existencia de este problema y aumentar el riesgo de aparición de enfermedades crónicas.

3. Análisis de orina

Los análisis de orina son útiles para detectar contratiempos relacionados con la función renal y la salud metabólica.

4. Antecedentes médicos

El historial de peso, los hábitos de actividad física y ejercicio, los patrones de alimentación, los niveles de estrés y el historial familiar son indicadores relevantes. El motivo es que pueden aportar información de interés para conocer la predisposición a determinadas afecciones.

5. Examen físico general

Que incluye la estatura y la comprobación de signos vitales como la frecuencia cardíaca, la presión arterial y la temperatura, la monitorización mediante escucha del corazón y los pulmones, y exámenes de la zona abdominal.

Revisiones médicas para controlar la obesidad infantil
Los análisis médicos son importantes para anticiparse a la obesidad infantil | Fuente: Canva

Alimentación, ejercicio físico y terapia conductual, los tres pilares del tratamiento

El objetivo de los tratamientos contra la obesidad infantil es disminuir el peso corporal y la masa grasa, así como asegurar un crecimiento normal del niño o niña. Para que haya éxito, como se explica en este documento de la Sociedad Española de Gastroenterología, Hepatología y Nutrición Pediátrica (SEGHNP), los cambios también deben afectar a los diferentes miembros de la familia.

Por eso, antes de nada, conviene adaptar las exigencias del programa a las necesidades y la capacidad del individuo y su entorno. A partir de ahí, las acciones más efectivas suelen basarse en el seguimiento de dietas bajas en calorías, así como en la educación en nutrición, la modificación de la conducta y la realización de actividad física. En resumen, se trata de un proceso multidisciplinar para el que se requiere un equipo compuesto por pediatras, dietistas, especialistas en educación física, enfermeros y psicólogos.

1. Alimentación equilibrada

En el caso de los menores, es rara la ocasión en que se necesitan grandes restricciones calóricas. En escenarios moderados, suele ser suficiente con un recorte de entre el 30 % y el 40 % de tal aporte. Se administra en forma de dieta equilibrada, con un 25 % o 30 % de grasa, un 50 % o 55 % de hidratos de carbono y un 15 % o 20 % de proteínas, todos estos nutrientes repartidos en 5 o 6 comidas diarias. De esta manera, se describen muy pocos efectos secundarios, el crecimiento longitudinal no se ve afectado y los niños pueden perder en torno a medio kilogramo por semana.

En situaciones más graves, es posible rebajar las calorías durante periodos cortos, entre 600 y 900 kcal por día. Es obligatorio, eso sí, controlar la evolución del crecimiento y permanecer atentos a posibles modificaciones en el electrocardiograma, principalmente en lo relativo al ritmo del corazón y al acortamiento del QT, una enfermedad de base genética caracterizada por la presencia de arritmias cardíacas que puede tener consecuencias fatales.

2. Actividad física frecuente

Moverse más y hacer ejercicio son dos componentes muy importantes del tratamiento, según los expertos de la SEGHNP. Se debe llevar a cabo, a un ritmo contenido, al menos entre media y una hora al día.

3. Terapia conductual de refuerzo

Con el fin de evitar futuras frustraciones, también es crucial establecer metas intermedias y finales. Las recaídas son de esperar, pero lo verdaderamente decisivo es disponer de soluciones cuando se produzcan. El objetivo principal de las estrategias de refuerzo es atenuar el descontento cuando las cosas no estén saliendo de acuerdo con lo previsto.

La prevención, el mejor remedio contra la obesidad infantil

Como en tantos otros ámbitos, la mejor solución es anticiparse a los problemas mediante la prevención. Los hábitos alimentarios se interiorizan durante la infancia y se mantienen, al menos en gran parte, al llegar a la etapa adulta. Por eso es prioritario que los padres controlemos y mejoremos, si así se requiere, la nutrición de nuestros hijos desde que son pequeños.

Otros condicionantes como la influencia de la familia, el entorno socioeconómico y el ambiente académico modulan tales costumbres y pueden alterarlas negativamente. Evitar que eso ocurra es una misión de toda la sociedad, que debe garantizar el acceso a productos saludables a los menores que tengan dificultades. Tanto en el entorno doméstico como en el escolar. Asimismo, los fabricantes han de unir fuerzas y trabajar en la elaboración de preparaciones más sanas, reformulando las existentes con dicho propósito.

El último remedio preventivo es la práctica frecuente de actividades físicas que termine con los estilos de vida sedentarios cada vez más comunes desde edades muy tempranas. Para normalizar esta costumbre pueden resultar de gran ayuda los programas que la promocionen desde las instituciones públicas y privadas. No obstante, sin la supervisión y el apoyo familiar será complicado conseguirlo, por lo que ayudar a los padres que lo necesiten sigue siendo decisivo en este caso.

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